"Confiad plenamente en la gracia que se os dará en la revelación de Jesucristo... Lo mismo que es santo el que os llamó, sed santos también vosotros en toda vuestra conducta, porque está escrito: Seréis santos, porque yo soy santo..." (1Pe 1,13ss)
Ser santos como nuestro Padre celestial, es decir, amar como nuestro Padre nos ama... Es Dios quien nos ha amado primero y en Jesús nos ha hecho sus hijos adoptivos. En nuestra vida todo es don de su amor. ¿Cómo quedar indiferentes ante un misterio tan grande? En Cristo se nos entregó totalmente a sí mismo, y nos llama a una relación personal y profunda con él.
Tal vez esto les bastó a los santos, caer en la cuenta de que el Amor basta, y llevaban grabada la huella de ese Amor. Por eso, su distintivo fue convertirse en canal del amor de Dios encarnado que continuamente se nos ofrece en abundancia: "El que cree en mí... de sus entrañas manarán ríos de agua viva" (Jn 7,38).
"Es un secreto a voces: a más fidelidad en el cumplimiento del propio deber, más santidad. Ser santo es lo mismo que ser fiel.
Pero para que no se asusten, les diré que hay dos fidelidades, o mejor, dos modos de ejecutarla: la fidelidad de no caer nunca y la fidelidad de levantarse siempre. La primera fidelidad que conste, por lo menos por la fe, no la ha tenido de cierto y siempre más que nuestra Madre Inmaculada. La segunda, en cambio, la han tenido todos los santos y es la que los ha hecho santos.
Teniendo a vuestro alcance a un Jesús tan manirroto y de Corazón tan de par en par a fuerza de dar misericordia, ¿tendréis miedo de ejercitar la fidelidad de levantaros siempre? ¡Siempre! Es decir, muchas, muchas, muchas veces. Antes os cansaréis vosotros de levantaros por falta de humilde confianza, que Él de daros su mano y el perdón de su Corazón por falta de misericordia."
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