martes, 11 de octubre de 2016

Una vida eucarística y eucaristizadora

   Urge la necesidad de dejarse encontrar personalmente por el Amor, que siempre tiene la iniciativa, para ayudar a los hombres a experimentar la Buena Noticia del encuentro con Jesucristo, de una manera especial en la Eucaristía.
   Don Manuel tuvo ese encuentro profundo, sintió una nueva llamada, descubrió una "ocupación en la que antes no había soñado".
   «Fuíme derecho al Sagrario de la restaurada iglesia en busca de alas a mis casi caídos entusiasmos, y... ¡qué Sagrario!  Pero no huí. Allí me quedé un rato largo y allí encontré mi plan de misión y alientos para llevarlo al cabo. Pero sobre todo encontré... Allí, de rodillas…, mi fe veía a través de aquella puertecilla apolillada, a un Jesús tan callado, tan paciente, tan desairado, tan bueno, que me miraba... Sí, parecíame que después de recorrer con su vista aquel desierto de almas, posaba su mirada entre triste y suplicante, que me decía mucho y me pedía más. Que me hacía llorar y guardar al mismo tiempo las lágrimas para no afligirlo más. Una mirada en la que se reflejaban unas ganas infinitas de querer y una angustia infinita también, por no encontrar quien quisiera ser querido... Una mirada en la que se reflejaba todo lo triste del Evangelio: lo triste del no había para ellos posada en Belén. Lo triste de aquellas palabras del Maestro: Y vosotros, ¿también queréis dejarme? Lo triste del mendigo Lázaro pidiendo las migajas sobrantes de la mesa del Epulón. Lo triste de la traición de Judas, de la negación de Pedro, de la bofetada del soldado, de los salivazos del pretorio, del abandono de todos...
   Yo no sé que nuestra religión tenga un estímulo más poderoso de gratitud, un principio más eficaz de amor, un móvil más fuerte de acción, que un rato de oración ante un Sagrario abandonado.
   De mi sé deciros que aquella tarde, en aquel rato de Sagrario, yo entreví para mi sacerdocio una ocupación en la que antes no había soñado.
   Servirle de pies para llevarlo a donde lo deseen, de manos para dar limosna en su nombre, aún a los que no lo quieren, de boca para hablar de Él y consolar por Él y gritar a favor de Él cuando se empeñen en no oírlo…hasta que lo oigan y lo sigan… ¡Que hermoso sacerdocio!» (Aunque todos… yo no, en OO.CC. II, nn- 15-17).
   El Papa Francisco, nos invita a renovar el encuentro personal con Jesucristo, a dejarnos encontrar por Él, como lo hizo nuestro Padre.
   Sólo gracias a ese encuentro –o reencuentro– con el amor de Dios, que se convierte en feliz amistad, llegamos a ser plenamente humanos. Cuando le permitimos a Dios que nos lleve más allá de nosotros mismos para alcanzar nuestro ser más verdadero. Porque, si alguien ha acogido ese amor que le devuelve el sentido de la vida, ¿cómo puede contener el deseo de comunicarlo a otros? (cfr. Evangelii gaudium 8).


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