sábado, 1 de febrero de 2014

Pero no huí...


   Me ordené de sacerdote y me mandaron los superiores a dar una misión a un pueblecito... Y ante aquella realidad, ¡qué esfuerzos tuvieron que hacer allí mi fe y mi valor para no salir corriendo para mi casa!
    Pero no huí. Allí me quedé un largo rato y allí encontré mi plan de misión y alientos para llevarlo a cabo. Pero sobre todo encontré... a un Jesús tan callado, tan paciente, tan bueno, que me miraba... Sí, parecíame que posaba su mirada entre triste y suplicante, que me decía mucho y me pedía más. Una mirada en la que se reflejaban unas ganas infinitas de querer y una angustia infinita, también, por no encontrar quién quisiera ser querido... 
    ¡Ay, abandono del Sagrario, cómo te quedaste pegado a mi alma!

Beato Manuel González

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