domingo, 1 de febrero de 2015

"Yo también quiero amar así" (Testimonios, Hna Zuly Mª)

¿Por dónde empezar? ¿Qué contar? Son muchas las experiencias maravillosas que me ha regalado el Señor, enriquecidas con el carisma y originalidad del Beato Manuel González.

Escribiré dos testimonios, el primero lo considero la raíz de mi vocación como Misionera Eucarística de Nazaret; la semilla primigenia que luego iría creciendo y madurando, mi primer llamado a una vida eucarística. Esto sucedió cuando yo era apenas una niña y asistía a la catequesis de primera comunión. Recuerdo claramente el día que la catequista nos dijo que Dios nos amaba tanto, que había enviado a su Hijo Único al mundo para que muriera por nosotros en una cruz, para salvarnos, y esto lo hacía por puro amor. Entonces dije en mí interior: “yo también quiero amar así, con Jesús y junto a Jesús”. Luego, un día, sentada en el primer banco de la Iglesia, durante la Eucaristía, fui totalmente consciente, por pura gracia de Dios, que aquel Jesús que tantas veces había visto en las estampas del via crucis, que había sido crucificado y había quedado completamente solo en la cruz, con la compañía de la Virgen María y otras personas que no conocía, era el mismo Jesús que estaba presente en la Hostia Consagrada y que el Sacerdote elevaba durante la consagración. En ese momento quise que aquello que yo había descubierto, muchos más también lo supieran, porque de esta manera Jesús dejaría de sufrir, de estar solo. Además, fue algo tan maravillo aquel descubrimiento que yo quería que otros también lo supieran y disfrutaran.
El segundo testimonio está enmarcado en la misión. Todo ocurrió de la siguiente forma: yo ya estaba en la Congregación, tenía apenas un mes de postulante, era Semana Santa y nos íbamos de misión a un pueblo que solo Dios, y la persona que nos llevaría, sabían dónde quedaba. Esta fue mi primera misión. Éramos tres, Hna. Mª Carlina, Darwin (un chico de la Jer) y yo. Iniciamos nuestro camino muy contentos, disfrutando del paisaje, pero al llegar al lugar todo cambió. Primero: no teníamos lugar dónde quedarnos; segundo: al llegar a la Iglesia aquello era una plaza totalmente abierta, sin puertas ni ventanas, con las mujeres hablando dentro y los niños corriendo de un lugar a otro, y desde luego, sin Sagrario, ni Altar, ni nada. Queríamos salir corriendo, pero ahí nos quedamos. Al pasar los días y no tener respuesta positiva de la gente del lugar, nuestro desánimo fue en aumento, pero un día, de camino por el río, de regreso a la escuela donde nos quedábamos esos días, nos llegó el golpe de Gracia. Todos queríamos regresar a nuestras casas, a nuestra parroquia donde todo estaba bien organizado y la piedad de la gente desbordaba, con nuestros amigos y hermanas de comunidad con los que podíamos rezar… y nos dijimos: “si nosotros nos vamos, esta pobre gente se quedará con menos de lo que tiene de Dios, nadie les hablará de Jesús, si nos han enviado hasta aquí es por algo, es porque el Señor lo quiere, es porque la gente necesita de Dios y somos nosotros los que debemos acercarles a Él". Y como el Bto. Manuel dijimos: "Aunque todos… yo no…”. Y nos quedamos hasta el final de la misión, el Domingo de Resurrección. Este es mi Palomares del Río.
Hna. Zuly Mª, men

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